¡Sin ninguna vergüenza del Evangelio que da salvación y vida eterna!

24.10.2015 22:51

 

Lo que avergüenza suele ser algo de lo que no nos sentimos cómodos y no queremos que se note. Nos avergonzamos de nuestros defectos e intentamos disimularlos para que pasen desapercibidos y no sean visibles. Nos avergüenza cantar, hablar en público, exponer, nos avergüenza caminar delante de un determinado público y evitamos ponernos de pie en un lugar donde hay muchas personas. No sé a ti que te avergüenza pero yo he comentado algunas situaciones que a algunas personas nos hacen sonrojar y subir los colores al rostro de vez en cuando.

Pero aunque la vergüenza es algo natural que sentimos todos los seres humanos del planeta tierra y que sólo algunos aprenden a controlar. Hay un aspecto de nuestra vida que no nos avergüenza y que exponemos con vehemencia por todas partes y suele ser lo que hace referencia a nuestros gustos. No nos da vergüenza vestir ropa de moda y modelar las últimas tendencias. No nos da vergüenza reconocer públicamente la música que nos gusta o nuestra película preferida. No nos avergonzamos de decir abiertamente cual es nuestra postura política y nuestro escritor predilecto. Pero hay algo de lo que alguna vez nos hemos avergonzado y no debería ser así. Quizás nunca lo ha hayas sentido ni hayas tenido la tentación de sentir vergüenza pero habemos muchos que alguna vez hemos intentado pasar desapercibidos y guardar silencio para que nuestra fe no sea descubierta. Sé de que se trata esto porque lo he vivido en primera persona. Amo a Dios, creo en Cristo y sé que él me dio salvación y vida eterna, pero alguna vez, cuando empecé a caminar de su mano, fui discreta y guardé silencio para evitar la crítica y el señalamiento, intenté que mi convicción espiritual pasara desapercibida pero un día, el Señor me mostró esta palabra que cambió radicalmente las cosas:

Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos. (Mateo 10:33)

Yo no negaba a Cristo pero disimular mi fe era una forma de hacerlo.

Entonces reflexioné y medité en mi relación con el Señor y mi forma de vivir el cristianismo y entonces fue cuando decidí dar un paso más y le di a Jesús el lugar que le corresponde, el sitio que merece en mi vida, el primer lugar. Nunca más oculté el amor que por él siento y la gratitud que hay en mi corazón por su fidelidad y bondad para conmigo. No volví a disimular ni fe y deseo de servir al Señor. En mis primeros pasos caminando con Jesús tuve que enfrentarme a mi familia “católica apostólica romana” que no entendía porque “prefería” ir a un culto y no a misa. Tuve que debatir mi bautismo porque no comprendían que me bautizase nuevamente si ya había sido bautizada con seis meses de nacida. Tardaron años en entender el significado del diezmo y la relación que tiene con el “cepillo” o la “limosna” en la Iglesia católica.

No fue fácil pero aquí estoy hoy, 15 años después más firme y convencida de lo que soy y en lo que creo. Mi familia aceptó y entendió el llamado y aunque algunos todavía se niegan a venir a los pies de Cristo, yo sigo orando por ellos porque sé que la semilla está sembrada y algún día dará su fruto.

Lo mejor de todo es que hoy puedo reconocer que no me avergüenzo del evangelio que me dio salvación y vida eterna y comparto y difundo el mensaje que me dio libertad y restauró mi vida para que otros vengan a los brazos del Señor y conozcan el amor y perdón que transforma y sana para siempre.

¿Sientes vergüenza?¿La has sentido? Libérate y expresa abiertamente tu fe. Lo que Dios te da no puede dártelo nadie, ni el mejor de los amigos, ni el mejor compañero de trabajo; tampoco la fidelidad y amor sincero e incondicional de Dios.

No guardes silencio ni te mimetices con el mundo para complacer a los demás. Sé libre y proclama el poder del evangelio que te dio vida.